Es sábado, hace el frío que toca y encima estoy convaleciente. Tres razones más que suficientes para, entre churro y churro, buscar en el periódico un motivo para arrojarme en brazos del nuevo día, en vez de ceder a la tentación (volver a la cama). Eso, una vez descartada la idea de hacer una maratón de ayuno, aunque ganas me dan, a ver si así sueño hasta la alucinación (falta me hace), como Miró, que, al ahorrarse el desayuno continental, soñaba con sus pinturas. Y es que, vistos los recibos del gas con que mojan el café a estas horas muchas familias, no me digáis que no dan ganas de seguir durmiendo; aunque sea pasándonos a la tarifa regulada del sueño, no sea que desemboque en pesadilla, y salgamos tarifando con nosotros mismos. Pesadilla la de los vecinos de la urbanización nudista de Jaén. Mira que levantarse y desayunarse con que la sala de lo civil del Supremo les prohíbe tener sus guardas jurados; total, si solo los querían para vigilar que los residentes frioleros (que de todo hay en la viña del Señor) se tapasen sus vergüenzas en las zonas comunes, qué es como decir que fueran como Pedro por su casa, pero al revés, cuando el frío aprieta. A dónde vamos a llegar con tanta intolerancia. Eso debió pensar el rapero Morad cuando su pareja llegó a las 7.30 (a.m.) de la discoteca y, ni corta ni perezosa (con la pereza ni se come ni se almuerza), le arreó cinco puñaladas con el cuchillo de cocina a la pobre chica que, también es mala suerte, ocupaba su lugar en la cama. “Me cegué”, confesó en el juicio. Y es que a ver si uno no puede tener un trastorno mental transitorio de uvas a peras, con lo difícil que es ser todo el día una persona íntegra, sin ceder en ningún momento a las alucinaciones del lado oscuro, como Putin, o el ingeniero que diseñó las tarifas del gas (y hasta de la luz), por poner dos ejemplos a mano de integridad a prueba de bombas (el primero) y de energía positiva (el segundo). Me quedo en Babia (literalmente). Como esos tres físicos que han observado el attosegundo (la trillonésima parte de un segundo). Eso sí es rentabilizar el tiempo, ni durmiendo ni corriendo un maratón de ayuno exprés ni nada, 400. 000 euros del ala que les ha abrochado la Fundación BBVA.
Si Miró despertara, y superara la prueba de fuego del periódico de la mañana, seguro que acudiría al Prado a ver la exposición de Zóbel (son los últimos días). Y soñaría luego con esa aurora boreal que vio una tarde sobre la hoz del Júcar, cuando la torre de la catedral se tiñó de azul cobalto. Y una mañana fría de sábado, convaleciente aún de la realidad, la pintaría, sin preocuparse de medir los attosegundos.
Qué mejor forma de vencer a la pereza.
