CANSADO DE SÍ MISMO

El planteamiento es, cuando menos, original. Una joven adinerada en el Nueva York de comienzos del siglo XXI que decide hibernar cuatro meses, sumergiéndose a pastillazos en un letargo que purifique su vida vacía, su hastío, su crisis existencial.
¿Quién no ha estado alguna vez tan cansado de sí mismo que, de poder, se hubiera formateado entero, para renacer a través del sueño?
Aunque reconozco que al comienzo tuve tentaciones de dejarlo, hay veces en que negar los apetitos carnales tiene su recompensa, no todo va a ser seguir los instintos, ese “ser natural” tan en boga que equivale a “hago lo que me apetece”, a “no me traiciono”. Igual que la protagonista es capaz de ponerse un stop delante, de darse un ultimátum, de divorciarse de sus apetencias (o de la falta de ellas) para elevarse a otro nivel, yo me obligué a seguir leyendo. A pesar de que, desde mi perspectiva viejuna de los cincuentay, es difícil entender que un veinteañero esté hasta el moño de su vida, que la considere “repetitiva, que resuena a baja frecuencia”, que solo quiera “pasar el rato”, algo en esa prosa inteligente, a ratos cortante, sin concesiones, me iba hipnotizando.
“Mi padre estaba ocupado muriéndose. Y mi madre estaba ocupada siendo ella misma, lo que al final parecía todavía peor que tener un cáncer”.
“Las mujeres tomamos decisiones precipitadas porque no confiamos en que algo mejor está por llegar”.
Y, de repente, estaba sumergido en una espiral de autodestrucción que, a tus años, cuando miras y remiras cada minuto de vida para acordarte, como si el tiempo renaciera en tu mente a cada instante, consciente de su valor, sabes que no tiene sentido alguno.
A pesar del máster en narcóticos, en marcas de cosméticos, en series, en Whoopi Goldberg “(me pasaba un montón de tiempo contemplándola e imaginándome su vagina, firme, honesta, magenta”), por otra parte necesario para contextualizar todo, para convencer al lector de la necesidad del sueño. Y es que no todo va a ser leer lo que nos gusta, lo que nos apetece. Para eso está el talento literario, para hacerte comulgar con ruedas de molino.
“—Dentro de nada seremos viejas y feas. La vida es corta, ¿sabes? Muere joven y deja un cadáver bonito. ¿Quién dijo eso?
—Alguien a quien le gustaba follarse cadáveres”.
Acabas y te da por admirar las pequeñas cosas de la vida (lo cual es siempre de agradecer, en sí mismo). Un café humeando en la taza al abrir los ojos. Un paisaje reconocible, humeando fuera, a la espera. Una pantalla en blanco llamándote.
Brutal.

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