UNA NOCHE MOVIDITA

Esta noche he soñado que en el país de Jehová las tribus arrojaban sus máscaras al fuego y bailaban mezcladas en torno, mirándose a los ojos sin las gafas opacas de la religión y la raza, felices de haber traicionado a la historia. Era la noche de San Juan, y sus cartucheras de misiles detonaban como fuegos artificiales, iluminando de colores el futuro del cielo.

Esta noche he soñado que en el país que me ha tocado vivir porque sí (igual que me podía haber tocado mendigar en la medina de Marrakech, recolectar arroz en Camboya o refugiarme en el estercolero de Lesbos huyendo de las bombas sirias), cada uno, al levantarse, se había convertido en su vecino. El rentista de La Moraleja en el trapero de la Cañada Real. El independentista en el charnego. La portavoz del gobierno en el de la oposición, o viceversa, todo sea por el transgénero. Felipe, mi tío por parte de madre, madridista, taurino y blasfemo a más no poder, en Chema, mi tío por parte de padre, colchonero, animalista y de misa diaria. El último currito de la oficina en su jefe. Yo en ti.

Esta noche he soñado que en cualquier país esas personas a las que hemos dado un voto de confianza, tal vez por nuestra propia cobardía, se dan cuenta, al no despertarse en su cuerpo, que el enemigo era otro. Que acecha fuera, preparado para atacar al menor despiste, aprovechando nuestra estúpida condición cainita; emboscado en los aerosoles que respiramos a bocanadas de libertad, en los misiles de dióxido de carbono con  que bombardeamos a diario el cielo, en las hordas de virus que aguardan en la selva, parapetados en las trincheras, esperando que sigamos devorándonos para lanzar el asalto final.

Esta noche he soñado que la O.M.S. prescribía la lectura como vacuna. Que en unos meses (aunque fueran años) todos los países, hasta los que no tienen dinero para pagarla, alcanzaban la inmunidad de grupo. Que, al inocular los anticuerpos de la empatía y del conocimiento razonable, desterrábamos los virus del odio y del fanatismo al libro muerto de la historia. Que lo quemábamos en la hoguera de la noche de San Juan entre misiles de fuegos artificiales mientras nos mirábamos sin reconocernos.

Esta noche he soñado que ayer no existió, y me he levantado como si no hubiera un mañana, dispuesto a empezar de cero en otro cuerpo,  ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar.

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