LA MONEDA DE CARVER

«Empezar a contar una historia es como tontear con una persona totalmente desconocida en un restaurante».

Imagino que Javier Morales se habrá quedado a gusto al poner el punto y final a #LAMONEDADECARVER. No solo tontea con el lector, sino que además se lo lleva al huerto. Y lo hace con una prosa concisa, eficaz, que te introduce sin darte cuenta en el paisaje de la historia, sin pretender ni deslumbrarte a cada frase ni prevalerse de su estudiada facilidad. Con las pinceladas justas, con el ritmo adecuado, consigue «transitar por el realismo en busca de nuestro lado más emocional, primitivo si se quiere», mientras homenajea a sus referentes: Hopper, Gabriel y Galán, Campos Pámpano, y, sobre todo, Carver, del que admira y con el que comparte la «sencillez aparente», el lado oscuro de unos personajes en los que se hace evidente el choque entre la realidad y los sueños de juventud, y de un escenario en el que «no ocurre nada fuera de lo común, aunque el lector persigue la tensión, la amenaza, desde las primeras líneas».

Los finales, generalmente abiertos, a veces con un elemento de distorsión que te golpea, te sueltan de la mano de repente, sin apenas advertirlo, dejándote a merced del destino.

Total, como se afirma en «La casa de Eccles Street», «una vida tiene muchas vidas, nada es definitivo, ya lo verás». Leyendo LA MONEDA DE CARVER he vivido varias. Yo de ti me lo plantearía.

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