NO ERA ESTO A LO QUE VENÍAMOS

Siempre me ha llamado la atención la normalidad como materia literaria. Como dijo Papini, “si un hombre cualquiera, incluso vulgar, supiera narrar su propia vida, escribiría una de las más grandes novelas que jamás se haya escrito”. Igual por falta de imaginación, pero confieso que jamás fui de mundos esotéricos, sobrenaturales ni marginales, pues bastante tenemos con lo que nos ofrece nuestro modesto día a día, qué mayor reto para un escritor que bucear en su aparente inanidad y descubrir el galeón perdido con el cofre del tesoro. Dicho esto como excusa para la fascinación que me provocó iniciar a pecho descubierto, sin referencias previas (confieso que me lo compré por la foto de la portada, por su reclamo de cotidianidad), la lectura de “No era esto a lo que veníamos”, editado por Editorial Candaya. Conforme iba pasando las páginas, un desfile de personajes inquietantes, sombríos, siempre al borde de un límite, que a veces se sugiere, dejando al lector babeando de duda, y otras directamente se apunta, me iba raptando de mis prejuicios. Y me sumergí en ese lado oscuro, esperpéntico a menudo, del que todos soñamos apartarnos, y que preferimos ignorar, no sea qué. María Bastarós tiene la extraña habilidad de jugar con la segura mala leche existencial que la indignación contra esos protagonistas tarados, repulsivos a veces, va provocando en el lector. De naturalizarla con una prosa sobria, detallista, con los destellos justos para deslumbrar a traición y por sorpresa, utilizando imágenes poderosas, certeras (“los platos en el escurridor formaban un esternón de porcelana”, “su pelo rizado baila como un ramillete de muelles”, “la idea se deshace mientras se me ocurre, como si estuviera hecha de arena”). De soltarle de la mano en el precipicio de la duda final, dejando que sea, acaso, su propia mala conciencia la que lo escriba, o la que decida no hacerlo.

Los mejores cuentos son los que hurgan en los márgenes de esa convencionalidad de la que vocacionalmente tiende a apartarse; es decir, los que mejor aguantan el imprescindible pulso con la verosimilitud (“Nunca sale gratis”, “Notre Dame reducido a cenizas”, “Los que mantienen el fuego”). Los más mancos, a mi entender, son los que directamente doblan el antebrazo ante una caricatura excesiva, casi de cómic (“Huevas de trucha”), o bien se abandonan a la pura fantasía (“Hambre de qué”).

Después de su lectura, uno se pregunta al final si, en ese mundo de maltratadores, de mujeres alienadas, de niñas crueles e impulsivas, de potenciales pederastas, de personajes desengañados, de una naturaleza amenazante, queda algún resquicio para la luz. La respuesta solo la obtendrás leyéndolo. Ten en cuenta que, como advierte el prólogo, “la normalidad nunca sale gratis”. Prepárate.

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