MÁS NATURALIDAD

Sí, lo sé. Que ¡ay, será posible lo que ven mis ojos!, que ¡pero este no iba de noreseñista exquisito!, que ¡vaya, si resulta que ahora le da por la novela romántica, no, si se le veía el plumero!, y todos los qués que queráis, y que me merezco, sin duda.
Pero, yo pecador, me confieso que anoche, al echar a suertes qué ver en la tele (es lo que tiene estar de rodríguez, que aflora en la ausencia tu yo verdadero), pulsé el ok de esta miniserie. Tal vez por la protagonista, que es una debilidad personal, tal vez por lo original del título (así me fustigo con mi ironía, qué vergüenza), tal vez porque el verano está hecho para salirse de uno mismo, yo qué sé. El caso es que me liquidé de un tirón los cinco capítulos, pestañeando lo justo para no resecarme el iris. Nada más acabar, aún en pleno shock emocional, me puse a rastrear por internet. Necesitaba saber quién había ideado ese producto, del que ignoraba todo, salvo que había mantenido mi atención durante casi cuatro horas. A pesar de su total previsibilidad (que ni los dos posibles finales eluden), a pesar de su esquematismo de manual adolescente (la historia de amor imposible entre la niña rica que se busca y el niño pobre anclado en su peterpanismo, ambos guapísimos y espléndidos, claro), a pesar de que Neftlix me pilló con la guardia baja, y mis prejuicios evaporados con el sudor de la canícula.
Entonces me enteré. Claro, Elisabet Benavent. Y empecé a descojonarme (el estar de rodríguez es lo que tiene, que hasta puedes reírte de ti mismo sin testigos): ¡vaya, pues no me he burlado veces de ella, igual que de Brandon Sanderson, o de Alice Kellen, o de J.K. Rowling! Total, pensé en mi descargo, solo por el pequeño detalle (envidioso, claro) de haber vendido millones de libros, y de conectar con los más bajos/altos instintos de tanto lector medio (¿qué es un lector medio? ¿qué tipo de lector soy? ¿a qué tipo de lector escribo?). Y, por primera vez en casi cuatro horas, me puse a pensar. Y me di cuenta de que cuando uno se enfrenta a una pantalla, o a un libro, o a un escenario, lo primero que busca es entretenerse. Pensar lo justo para pasar el día, que diría José Mota. Entiéndaseme bien. Que si nos provoca tal orgasmo intelectual que al acabar somos otro, o nos ilumina zonas de nuestra mente que desconocíamos, o nos hace replantearnos nuestra existencia, miel sobre hojuelas. Pero entreteniendo. Es decir, sin que a cada párrafo/fotograma sudemos la gota gorda para intentar seguir las instrucciones a vuelapluma del maestro creador. Sin que en cada capítulo tengamos que cuestionarnos nuestra propia competencia lectora/espectadora, con la consiguiente crisis de autoestima. Y, de ser posible, sin que dejemos de creernos esa historia, por muy innovadora/transgresora/provocadora que sea la forma de contarla, lo que siempre se agradece.
¿La cuadratura del círculo?
Igual lo que nos falta, a los que intentamos cobijarnos bajo el paraguas infinito de la literatura, es más naturalidad. Y Anna Castillo.

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