LA ESPERA

En la aldea de Uirgan, al sur de Marraquech (Marruecos), Aid Ben Naim espera aún oír algún ladrido. Lo vio una vez en la tele vieja del café, los bomberos rescatando a un vecino en Turquía, y todo el pueblo alrededor, explotando de alegría, como si hubieran visto al mismo profeta. Su casa, de adobe, piedras y hojalata, es ahora su sepulcro. Durante los casi cuatro días que lleva respirando por ese boquete diminuto que le filtra un hilo de luz se reafirma en su viejo sueño. Cuando salga huirá a España. En España no tiembla nada. Ni la tierra, ni el cielo, ni siquiera el estómago de hambre. Quiere ser como Lamine Yamal, su nuevo ídolo, y que su madre pueda presumir ante las vecinas.
En Buenache de Alarcón (Cuenca, España), las manos de Susana tiemblan mientras sujeta su taza de café a la altura de la boca. Susana lleva cuatro horas, desde que amaneció, acopiando barro a palazos con sus amigos. Este finde debían haber sido las fiestas del pueblo, y hoy empezaban el insti en Motilla, a escasos 25 kilómetros, pero tras la dana no han parado de limpiar. Solo esperan que todo vuelva a ser como antes, cuando preparaban sus disfraces para el sábado. En la tele del bar aparece alguien hablando no se qué de que “la amnistía no basta para resolver el conflicto”. También dice “que esperan del estado una respuesta a la legítima aspiración del pueblo”. Perico, el más inquieto de todos de siempre, replica, mirando al hombrecillo de la tele: —Mirad, ese seguro que no ha tenido que coger una pala en su puta vida.
En plena arista suroeste del Gasherbrum IV (Pakistán), a 7.925 metros de altura sobre el nivel del mar, el cuerpo de Dmitry Golovchenko, apenas intuido entre la nieve helada, espera su rescate. Hace ya horas que dejó de temblar. Su compañero Sergey Nilov, ingresado en el hospital de Islamabad con los pies congelados y fatiga extrema, no puede dormir. Tampoco hablar, a pesar de las preguntas de la policía. Solo sueña despierto que baja al infierno, tirando del cuerpo de Dmitry. El infierno está helado, eso sí lo sabe. Nada más.
En una esquina de la Plaza de España de Guadalajara (España), Jesús espera nervioso. Son casi las ocho de la tarde. Horas antes conoció a la mujer de sus sueños. Fue cuando el cantante, a la cuenta de tres, hacía saltar a ritmo de Bizarrap a los miles de personas que se apretujaban. Lo supo en cuanto ella chilló de dolor, nada más pisarle con su cuarenta y seis. Desde ese momento, todo le temblaba por dentro. Ya lo dijo ella, cuando se despidieron al alba (ya veremos mañana, corazón, que de noche todos los gatos son pardos). Es su momento.
En un lugar cualquiera de cualquier país alguien enciende el ordenador. ¿Por qué lo haces, es que tienes necesidad de comunicarte? Qué feliz vives, contestó a su amigo, por salir del paso. No se le ocurre nada. A veces piensa que para qué, con la de libros que hay esperándole. También sabe que es como la primera calada. Toses, hasta esputas a veces, pero luego el humo fluye, y no hay forma de dejarlo. Todo es ponerse.
La espera.

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