Un día antes de las fotos, nada más llegar, nos recibió un cortejo fúnebre que embocaba la subida del cementerio. De repente, una tormenta que parecía sacada de las páginas finales de #turileda, descargó sobre la comitiva bolas de granizo como ojos arrancados de sus cuencas. Por un momento pensé que iban a dejar caer el féretro y salir en estampida a buscar resguardo. Probablemente en mi novela hubiera funcionado, pero en un pueblo así nadie abandona a un vecino, aunque circule a hombros y envuelto en ese silencio último que preña el cielo.
Qué pequeñitos somos y qué suerte tenemos, pensaba minutos después mientras saludaba a los amigos. A los que estaban, convocados a rebato a la celebración anual, y a las que ya se fueron camino de su propio camposanto, y que siguen disfrazándose en nuestro recuerdo.
A veces hay que dejar salir la Barbie que todos llevamos dentro.
Beber, comer, compartir, reír, desparramar, hacer el tonto hasta desaparecer, hasta salir de ti. Mirarte en tantos ojos que, ahora sí, sabes que delimitan, en su pedrisca amiga de cuencas llenas de luz, tu más allá. Tu propia granizada final.
¡Qué bien lo pasamos!
