HOY ME HE LEVANTADO OPTIMISTA

Hoy me he levantado optimista. Acabo de escribir un cuento sobre el fin del mundo, y estoy tan contento con él que terminarlo me ha supuesto un shock, pues hasta el punto final me lo creí. Es lo bueno que tiene escribir, que cuando te sale luego te cuesta aterrizar, volver a esa otra historia que ya no narras tú solo, y que tan perplejo reanudas. Menos mal que ahí está el Papa Francisco para amortiguar el golpe. “Ser homosexual no es un delito, solo es pecado”. Qué tiempos estos, tan de flojera moral; seguro que en 1230, cuando el monje Germán “El Recluso’” contrató al diablo de negro para que en una noche le redactara el Codex Gigas a cambio de su vida, su tatatatarabuelo Gregorio IX no tenía que perder el tiempo con esas fruslerías. Ay Señor, llévame pronto, que ni siquiera el Atleti me da una alegría. Para ser sincero, tenía puesta mi fe (y, por tanto, mi esperanza, o al revés, a saber si es antes el huevo o la gallina) en mi futuro nombramiento como alumno ilustre de la Autónoma, pero tras comprobar a mi regreso al mundo de los vivos el nivelazo que aquí se gasta, ni eso me queda. Si acaso, confiar en que la inteligencia artificial siga progresando y sustituya a no más tardar a la natural, antes de que sea irremediable la cosa y el diablo, que de tonto no tiene un pelo, pase a escribirnos el libro a jornada completa. Y es que cada vez lo veo más envalentonado, como si fuera un activista LGTBI cualquiera. Basta con echar un vistazo a todas esas guerras perdidas entre las páginas del periódico, tan familiares ya que hasta las hemos incorporado a nuestro día a día, como el consultar al despertar los resultados de la NBA o desayunarse con la columna de Justo Sotelo. Somos carne de rutina, igual que los pecadores lo son de redención, es ley de vida. Hablando de redención, necesito redimirme de mis últimas lecturas. Así que he puesto toda mi esperanza (y por tanto mi fe) en Juan Manuel Gil, que tan buenos ratos me hizo pasar con su Trigo Limpio. De momento la cosa promete, tanto como el amor que hace cincuenta años le juró en la iglesia de San Esteban de Sograndio José Antonio García Llana, mecánico, a Cándida Cuervo González, sus labores. Después de 52 años de casados y sin tener descendencia, Cándida y Pepe murieron con 45 minutos de diferencia. Igual no está todo perdido. Por si acaso, al mediodía nos abrocharemos nuestras tradicionales gachas con amigos en honor de San Julián, no sea que la cosa se precipite y el asunto no nos pille bien almorzados. Buen día.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *