ESCRIBIR BIEN


Hace tiempo que tenía pendiente a Sara Mesa. No pasa nada, me autorreplicaba, también tengo pendientes a J.K. Rowling, Brandon Sanderson y Elisabet Benavent, para disgusto de mi hija mayor, que se niega a entender cómo miro por encima del hombro a sus grandes dioses literarios, atribuyendo mi desdén a la misma sordera generacional con la que Alaska y los Pegamoides retumbaba en los oídos de mis padres años ha. En contra de mi costumbre, antes de leerla decidí escucharla, buscándola en Youtube. Y, la verdad, me impresionó, tanto su soltura como sus principios. “Escribir es conjurar la sorpresa, decir diferente, buscar”, “el escritor debe usar sus propias palabras”, “escribir bien no es escribir bonito, huyo del virtuosismo formal vacío”, “escribiendo uso materiales pobres, palabras normales, para, usándolas de modo inusual, escribir algo distinto”. Qué bien, me dije, la cosa promete. Así que me dispuse a atacar “La familia” con toda la buena voluntad con la que un editor hojea un manuscrito recomendado, que suele ser inversamente proporcional a la mala uva con la que se asoma (si eso) a uno anónimo.
Desde mi perspectiva miope de aprendiz de escritor ninguneado, me fascinan las claves del éxito editorial. Y más si, como es el caso, va acompañado de crítica y de principios. Es innegable la facilidad de la autora para crear un mundo propio, excéntrico, desasosegante. Para jugar con la ambigüedad psicológica, para racionar en la justa medida las preguntas con las respuestas, para alterar lo justo la linealidad de la narración sin provocar que en ese viaje el lector traspase la velocidad de la luz. Para bucear en el abismo de las relaciones familiares con el oxígeno justo para la inmersión. Reconozco que, una vez empecé, no pude parar. Como lector, siempre agradezco que el relato fluya, incluso a veces (pues, igual que hay lectores y lectores, uno mismo puede ser uno u otro lector según el día y el momento) el que mi lectura vaya a mayor velocidad que lo escrito, encabalgando las frases como si de un ChatGPT se tratara (de lo predecible), me puede parecer una virtud, si lo que quiero es no detenerme, leer como quien corre una maratón.
Pero…(y aquí viene el qué majo eres pero no, el mismo que suelta a traición en el cara a cara final de First Dates la pretendida guapa y estilosa al pretendiente pretencioso y bizco) solo he subrayado dos frases en todo el libro. En concreto, “el sol tocó la línea del mar, achatándose, y de la arena se levantó un aire frío, como si se cerrara el telón”, y “los brazos y las piernas muy largos, como cansados de crecer”. Nada más. En todo lo demás, esa sensación de inteligencia artificial que me deja un regusto ácido, como de prosa generada por un software complaciente. Echo en falta ese punto de deslumbramiento que, sin caer en la grandilocuencia ni en el uso de arcaísmos ni en un virtuosismo formal vacío, me haga detenerme de vez en cuando para respirar y saborear esa imagen insólita, esa metáfora al hilo, esa palabra justa que te retumba en la cabeza, esa musicalidad de forma y fondo que te maravilla. Qué difícil es encontrar ese equilibrio, por eso escribir no es solo redactar, por mucho art povera que esgrima la escritora, por mucho que pretenda “escribir mal”, por mucha mirada oblicua que nos traslade. Y eso no significa usar palabras anormales, sino emplear las normales con propiedad, audacia e imaginación.
Será culpa mía, seguro, igual que me pasó con “De bestias y aves” de Pilar Adón, otra novela ensalzada urbi et orbi. En fin, seguiré buscando novelas “bien escritas” por esos caminos de Dios, igual que el pretendiente pretencioso y bizco de la tele a su Dulcinea, aun sabiendo que a los ojos de los demás está loco.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *